viernes, 20 de julio de 2007

La Insensatez confune a los grandes

Sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar al fuerte. 1 Cor 1:27

Abrahán Lincoln dijo cierta vez: “Dios tiene que haber amado a la gente común, porque hizo tantos de ellos”. O tal vez también quería que el mundo viera las transformaciones que su gracia podía operar entre los que no resultaron tan bendecidos con las cosas buenas de la vida. El apóstol Pablo escribe:

“Hermanos, deben darse cuenta de que Dios los ha llamado, aunque pocos de ustedes son sabios según el mundo, y pocos son gente con autoridad o de familias importantes. Al contrario, Dios ha escogido a los que el mundo tiene por tontos, para avergonzar a los sabios; y ha escogido a los que el mundo tiene por débiles, para avergonzar a los fuertes. Dios ha escogido a los que en el mundo no tienen importancia y son despreciados, es decir, a los que no son nada, para poner fin a los que son algo. De modo que nadie pueda sentirse orgulloso delante de Dios”.

“Cuando los detractores pagaos de la primitiva iglesia cristiana afirmaban burlonamente que sus miembros eran los desechos de la sociedad: esclavos, plebeyos, artesanos, la iglesia respondió con altura que precisamente en esto residía su poder. Podía tomar a los miembros más degradados de la sociedad y, por el poder de la cruz, convertirlos en personas nobles. Los ladrones y recolectores de impuestos se transformaron en gente honrada; las prostitutas dejaban detrás su sórdida existencia; los esclavos adquirieron nueva dignidad como miembros de la familia de la fe. Aunque atraía en forma particular a los humildes, que encontraban en el Evangelio una nueva y digna identidad, también atraía a los intelectuales y a los bien nacidos, que le dieron al cristianismo primitivo la dignidad y el prestigio de su apoyo”.

Así ha sucedido a través de los siglos. Es más fácil para el que tiene poco dejarlo todo y seguir a Cristo, que para el hombre rico despojarse de sus riquezas, tomar su cruz y seguir al Señor. Si bien es cierto que ha habido hombres de intelecto poderoso que han aceptado a Cristo como Señor, por lo general ha sido la “gran multitud del pueblo (la que) le oía de buena gana”.

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